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viernes, 30 de diciembre de 2011

Ya no hay lluvia que moje, no hay gotas en el cristal de la ventana. El viento no despeina, el frío no penetra en la piel, los pasos no producen sonido, no hay luces que alumbren, no hay Navidad junto a una gran sonrisa, no hay despedidas ni saludos, ni siquiera hay buenos días...Nada, todo se ha esfumado, como si todo hubiera oscurecido, bajo el peso de la rutina, del alma cansada, bajo una sensación de angustia mezclada con desilusión. No hay nada, porque todo dejó de importar. Porque todo se dejó de valorar, y ahora no queda nada...Triste...que todo esté congelado, que del calor de un abrazo, de una sonrisa, se pase a un ambiente lúgubre y pesimista. Algo no deja ver más allá. Hay que valorar el día a día, el segundo a segundo, porque simplemente es irrepetible. 
Es precioso observar como el cielo llora, como el frío se hace sentir, como el calor de un radiador devuelve el color a la piel que quedó blanca debido a las bajas temperaturas. Escuchar como el corazón palpita bajo capas piel. 
Teme que llegue el momento en el cual todo se valla, y se tenga que maldecir por no valorar. VALORAR, que complicado parece.

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