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jueves, 8 de septiembre de 2011

No hay finales felices, porque el saber que hay un final ya conlleva un adiós, un "fin" que termina con la felicidad. Es decir adiós a aquello que tan feliz te hace.
El final de una película queda un sabor amargo al saber que ya aunque se vuelva a ver no será lo mismo, el adiós al hacer un viaje por muchas ganas que haya siempre cuesta decirlo, el final de una feliz vida siempre da miedo, miedo el no sentir esa felicidad. El fin de un día perfecto deja el recuerdo junto con la melancolía de no poder vivirlo de nuevo. 
Frase hecha que al recapacitar no se cumple, siempre hay un miedo al final, siempre está la esperanza de algo mejor, pero los cambios asustan y eso es lo que conlleva un final.



Somos dueños de nosotros mismos

Hay momentos en las que la cabeza puede al corazón. Lo que se hace un símil a nadar contra corriente, a sostenerse atado a un árbol para que la ráfaga de viento no te arrastre. Los primeros segundos está el "y si..." que empujan a retroceder, pero el corazón ya desiste, conoce la jugada, conoce las decisiones de algo que se encuentra a una cierta distancia más arriba, lo cual es la cabeza, aquella que dirige cada uno de los actos conjuntamente con el corazón, con aquello que nos hace sentirnos abrazados en algún cierto tiempo, ciertos días, meses e incluso años. Aquel que tiene la capacidad de quitar y dar la vida en una décima de segundo. Fuente de sentimientos con falta de inteligencia ya que luego es aplastado por ellos mismos y en ocasiones resulta herido.  Somos dueños de nosotros mismos, pero dependiendo de la idea del "nosotros", conjunto de sentimientos, emociones, actos y consecuencias. Consecuencias que nos forman, nos hacen, nos refuerza y nos enseñan. 
Dulce corazón, amargo sentir.